lunes, 23 de agosto de 2010

Bipolar

Me levanto en la mañana casi obligada. Tengo ganas de tener energía, pero nada más. Es ya tarde, lo sé, por eso me levanto, pero si por mí fuera dormiría toda la vida.

Abro los ojos odiando el sol que ilumina tanto que me encandila. Odio que el resto del mundo amanezca siempre mucho más temprano que yo. Desayuno, porque si no, mi desgracia de cuerpo débil y dependiente me pasará factura... una muy cara.

Recuerdo lo que era tener un horario de oficina. Siempre llegaba tarde. Es absurdo. Yo no estoy hecha para vivir de 8 a 12 y de 2 a 5. Me gusta más el verano porque tengo más tiempo en la tarde y la 1 pm sigue siendo "la mañana". En la tarde es cuando tengo más energía (o mejor dicho, menos cansancio), y en verano la tarde se extiende hasta las 9.

Me alegro al ver que mi bandeja de correo electrónico está llena. Siempre es agradable recibir correos personales. Escribo, exagero, miento, me sincero.

En algunos casos exagero mi felicidad, y en otros mi desdicha. La verdad es que no todo es tan malo, y lo bueno... lo bueno siempre está, pero no siempre lo vemos.

Borro las cadenas idiotas que mandan los que aún no se han hartado de recibirlas, pero no sin antes leerlas. Todas. Si tuviera algo mejor qué hacer con mi vida, no pasaría todo ese tiempo leyendo idioteces religiosas o la contradictoria historia del niño desaparecido pero de quien se sabe cada detalle de cómo han torturado.

Imagino cómo sería mi vida con un perro. Uno pequeño, porque ya uno grande me tiene despechada. Me entusiasma la idea de poder abrazarlo y tener la obligación de pasearlo a ver si mi día también se llena de algo productivo lejos de la computadora, el televisor, o el libro que estoy leyendo.

Ya tengo su nombre y su raza, porque luego de leer todas las cadenas, sobra demasiado tiempo como para no hacer nada. Busco en Google todas las opciones y son muchas, pero yo sé ya lo que quiero.

En mi imaginación, no puedo ser más feliz. Pero la realidad es que no sé si mi novio acepte la responsabilidad que implica tener un perro. Es decir, él dice que sí, pero yo no sé si lo dice sólo porque cree que es lo único que podría hacerme feliz o porque a él también le entusiasma la idea.

Me pongo a dar vueltas como ésta en cada pensamiento que me atraviesa la mente. Lo hago para ejercitarla, o para matar más tiempo libre. En todo caso, lo hago para no enloquecer.

Al sentirme tan desdichada con mi tiempo libre, imagino que me envían un montón de trabajo de golpe y me agobio. No me gusta lo que hago y no me gusta no hacer nada, pero cualquier otra opción está fuera de mi "zona segura". No quiero estresarme por nada más y no me imagino trabajando en nada que me guste.

De nuevo, odio mi vida.

Me imagino con el perro pero esta vez con algo más de realismo. Imagino que estoy con él y que eso no soluciona nada. Sé por experiencia que un perro no es un solucionador automático de los problemas del mundo, pero ¡cómo nos ayudan a pasar los días!

Sueño despierta y me alegra tener el tiempo suficiente como para poder hacerlo. Me levanto para hacer el almuerzo y pongo música o algún podcast. Es reconfortante y mi ánimo lo agradece bastante.

Hace unos años hubiera respondido a la pregunta "¿qué te gustaría ser/hacer dentro de 5 años?" con una clara descripción de personaje: "Una periodista importante, con respeto pero no fama, con un programa radial y una columna en el periódico más importante de la ciudad". ¿Hijos? No. ¿Casada? Tal vez, si no, comprometida. Claro, éste sería el escenario ideal.

Ahora no sólo no creo que llegue nunca a ser una periodista importante, sino que sueño con un perro. Me preocupa más qué haré de almuerzo mañana que la búsqueda de un empleo ideal y ya no tengo muchas excusas para no tener casi contacto con mi familia. Tal vez ya me asumí como una loba esteparia.

Transitan mis días entre odios, anhelos, sueños despiertos y dormidos también. Me reconforto, me digo todo lo afortunada que soy y me avergüenzo de no ser totalmente feliz. Luego me alegro como una niña con la simple idea de un "compañero de piso", pero esta emoción dura poco, y normalmente se escapa con un sólo comentario, gesto o cambio externo que me haga pasar de la dicha a la desgracia total en segundos.

Soy bipolar. Estoy loca. Lo sé. Amo profundamente y hiero constantemente a mis seres queridos. No tengo razones para ello, pero aunque no lo demuestre, en el fondo los valoro mucho más... Sé lo imposible que soy, por lo que el que sigan conmigo demuestra todos los días lo maravillosos que son y lo afortunada que soy al tenerlos a mi lado.

Dado que las cursilerías me ponen de muy mal humor y no tengo ni idea de cómo terminar este post, lo dejo hasta aquí para seguir pasando mis días entre odios y entusiasmos. A ver hasta dónde me aguanta el mundo, o hasta dónde lo tolero yo a él.